Biodiversidad ¿el fin de la vida silvestre?
Universcience/Science actualités. La Jornada Ecológica, 29 DE NOVIEMBRE DE 2010.I. El hombre y la naturaleza
Casi veinte años han pasado tras la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, que vio nacer una nueva toma de conciencia denominada “biodiversidad”. Este término, con una resonancia bastante abstracta, no se limita a la protección de especies en vía de desaparición, sino que engloba retos que comprometen a la especie humana en su propia supervivencia; tanto en el norte como en el sur. Desde la conservación de ciertos ecosistemas a la explotación razonada de los recursos naturales (agricultura, pesca, bosques…); desde la satisfacción de las necesidades alimentarias fundamentales, hasta el reparto justo y equitativo de las riquezas extraídas de la biodiversidad.
¿Cuál es la situación en nuestros días? Lo que señalan todos los expertos no deja lugar a dudas: nos enfrentamos a una erosión de la biodiversidad cargada de consecuencias para el futuro del planeta.
Con motivo del Año Internacional de la Biodiversidad, queremos abordar lo referente a la domesticación sin límite de la naturaleza por parte del hombre; en paralelo, da cuenta de las iniciativas en marcha por todo el planeta para frenar la pérdida de biodiversidad. Se intenta igualmente evaluar lo que algunos especialistas denominan “los servicios aportados por los ecosistemas”.
II. Una naturaleza cada vez más domesticada y artificial
Una selección de zorros
En su origen, una población de zorros comunes (Vulpes vulpes), salvajes y agresivos. Al final, un adorable animal de compañía, completamente dócil. Entre los dos, cincuenta años de cría, seleccionando cuidadosamente los zorros con una actitud más amigable hacia el hombre. He aquí el resultado de un experimento inédito realizado durante la segunda mitad del siglo XX en Siberia1.
El objetivo era comprender por qué los animales domésticos son tan diferentes de sus primos silvestres. La respuesta, todavía misteriosa, parece residir en las modificaciones hormonales generadas por el estrés de la domesticación.
El hombre, ¿reductor de especies?
Las variedades domésticas no están al abrigo de las desapariciones,
más bien al contrario. Desde la llegada de la agricultura, el hombre ha utilizado aproximadamente 10 mil especies vegetales de un total de 300 mil. En nuestros días, 150 especies alimentan a la mayoría de los seres humanos y 12 cultivos garantizan por sí solos el 80 por ciento del aporte energético: trigo, arroz, maíz y papa representan un 60 por ciento.
Se han abandonado miles de especies y variedades tradicionales a favor de variedades modernas mejoradas. La situación es aun más sorprendente en el caso de los animales: el 90 por ciento de la producción animal proviene de apenas 14 especies. Y de las 7 mil 616 razas de animales de cría contabilizadas en el mundo, un 20 por ciento se considera que está en peligro de extinción. Entre los años 2000 y 2006, desaparecieron 62 razas.
La rápida extensión de los sistemas de producción intensiva, que utilizan un número limitado de razas de alta producción y que marginan a los sistemas tradicionales, es la principal razón de estas extinciones. Las plagas, las enfermedades o el calentamiento de la Tierra tienen también un papel nada despreciable. Esta erosión de la diversidad domesticada podría plantear con el tiempo un problema real de seguridad alimentaria.
La larga historia de la domesticación
La acción del hombre sobre lo “silvestre” no es un hecho nuevo. Comenzó hace unos 15 mil años cuando los cazadores del Paleolítico domesticaron a los lobos. Todos sacaron provecho: el lobo alimentándose de los restos de comida de los hombres. Y estos, por su parte, beneficiándose de la ayuda del animal para cazar o para mantener la guardia en el campamento.
Aislados de la población silvestre, seleccionados en función de caracteres específicos (docilidad, pequeño tamaño), estos lobos se fueron transformando lentamente hasta convertirse en una especie de pleno derecho: el perro. Había nacido la primera especie domesticada. Las siguientes tardaron 5 mil años más en aparecer, durante el Neolítico. Entre ellas, la cebada, el trigo, el higo, la cabra, el cerdo, la oveja o la vaca. Procesos de domesticación que han transformado el modo de vida de las personas y, en gran parte, han permitido remplazar la recolección de plantas por cultivos y la caza por la cría.
Actualmente, un gran número de estas especies han sido tan transformadas por el hombre que no podrían sobrevivir sin su ayuda. Este proceso de domesticación de la vida silvestre sigue en marcha. El siglo XX, por ejemplo, ha visto el desarrollo de la domesticación de los peces para la acuicultura. Además, el hombre también ha transformado paisajes enteros, dando como resultado una naturaleza cada vez más artificial.
Paisajes artificiales
El hombre no se ha contentado con domesticar algunas especies seleccionadas, sino que también ha modelado inmensos paisajes y ecosistemas enteros, bien para alimentarse, bien para protegerse de predadores o de los riesgos naturales. Incluso por razones comerciales. Así, cerca del 70 por ciento de los bosques mediterráneos han sido transformados por el hombre, la mayoría convertidos en tierras agrícolas, como en la Toscana, Italia. Se estima que más de la mitad de la superficie de Francia estaba cubierta de bosques originales antes del año 1000, y antes de la Revolución Francesa quedaba algo menos del 15 por ciento. Gracias a la reforestación, la cobertura forestal alcanza actualmente casi el 30 por ciento.
La huella ecológica de los países del mundo
Hay casi siete veces más humanos en la Tierra que hace dos siglos: mil millones de habitantes en 1800, casi 7 mil actualmente. Todas las personas necesitan de la naturaleza para alimentarse, alojarse, desplazarse, incluso eliminar los desechos. Necesidades que en 2005 se evaluaron en 2.7 hectáreas por personal. O sea, una superficie (igualmente denominada “huella ecológica”) de 17 mil 500 millones de hectáreas para todos los habitantes del planeta. Ahora bien, ese año solamente había 13 mil 600 millones de hectáreas disponibles. Así pues, la demanda sobrepasó la oferta en un 30 por ciento.
Dicho de otra manera: hubiera hecho falta 1.3 planetas Tierra para responder permanentemente a las necesidades de la humanidad. En consecuencia, los ecosistemas se agotan y los desechos se acumulan.
Las abejas de la ópera
Mientras las abejas son cada vez menos abundantes en el campo, algunas viven felizmente en la ciudad. Las colmenas instaladas en el tejado de la ópera Garnier de París producen entre cuatro y cinco veces más de miel que la media. ¿Las razones de esta paradoja? Temperaturas ligeramente más elevadas, floraciones permanentes y más diversificadas y tratamientos fitosanitarios a veces menos intensos que en los campos. En total se han instalado cerca de 300 colmenas en París.
La biodiversidad en la ciudad
Si los espacios verdes son lo suficientemente numerosos y variados, se pueden encontrar más especies en la ciudad que en los alrededores. Es el caso de Oxford, en Ohio, donde se han contabilizado 2.7 veces más especies de aves que en los bosques circundantes. La ciudad ofrece temperaturas más suaves que el campo y las personas dejan tras sí una gran cantidad de restos de comida. El revés de la medalla es que tienen que soportar el ruido, la luz y la contaminación.
Algunas especies no pueden tolerar este nivel de estrés y huyen de las ciudades, mientras que otras se adaptan sin problema (gorriones, estorninos, palomas, conejos, erizos, dientes de león, ortigas…). Al comparar las especies urbanas con sus congéneres del medio rural, los científicos han demostrado varias adaptaciones específicas. Los individuos urbanos son en general más grande que los del campo y su régimen de alimentación se modifica.
Así, el cernícalo común, que normalmente caza pequeños mamíferos con su célebre vuelo cernido, en la ciudad se alimenta sobre todo de gorriones y pasa a utilizar la técnica del acecho. Otro ejemplo: el Crepis sancta (planta silvestre de la misma familia que el diente de león) produce más semillas grandes en la ciudad que en el campo. Al ser más pesadas, estas semillas corren menos riesgo de ser dispersadas con el viento y caer en zonas asfaltadas. Así germinarán a los pies de la misma planta madre, en uno de los pocos rincones de vegetación de la ciudad.
Una adaptación genética aparecida tras solamente unos doce años de evolución.
Un zoológico ambulante
Numerosas especies sólo viven en presencia del hombre, sin haber sido sin embargo domesticadas. Por ejemplo, en los 10 mil años que el hombre lleva almacenando cereales, el ratón común le acompaña por todos lados. Asimismo, el hombre transporta miles de millones de microorganismos que viven en su piel, en la nariz, en los intestinos, etc. Según dataciones realizadas en cráneos humanos, esta estrecha relación con los microorganismos existe desde hace al menos 195 mil años.
¿La naturaleza totalmente controlada?
La invención de la agricultura y de la ganadería marca el paso de un hombre que sufre la naturaleza a un hombre deseoso de dominarla, de ponerla a su servicio. Actualmente el Homo sapiens está por todos sitios. Puede eliminar colonias de insectos dañinos gracias a los insecticidas, sabe incrementar la productividad de los campos y llega incluso a recortar las montañas para explotar el carbón o arrasar un bosque para extraer petróleo. Sin embargo, está lejos de ser “maestro y dueño de la naturaleza”, como ya Descartes lo deseaba en el siglo XVII.
Entre 1980 y 2007, 8 mil 400 catástrofes de las que denominamos “naturales” (inundaciones, terremotos, tormentas, sequía…) ocasionaron la muerte de unos dos millones de personas y causaron destrozos y pérdidas económicas valuadas en más de 1.5 billones de dólares. A comienzos de este año, un sismo dejó en Haití más de 220 mil víctimas y ahora el cólera ha matado ya más de mil.
Además, si el hombre ha logrado domesticar algunas especies, está lejos de dominarlas todas: los mosquitos pululan en contra de su voluntad, los insectos siguen asolando los cultivos, algunas plantas invaden los campos… También los ecosistemas rebosan de parásitos y de agentes patógenos. En resumen, tras la ilusión de una naturaleza domada se esconde otra realidad: el funcionamiento de la naturaleza sigue siendo en gran parte desconocido, lo que le confiere un importante nivel de imprevisibilidad que el hombre no tiene más remedio que sufrir.
El hombre, ¿creador de biodiversidad?
La introducción de zonas de cultivo o de pastos ha contribuido a modelar los paisajes, creando a veces nuevas condiciones ecológicas generadoras de biodiversidad. Algunas especies se han especializado en vivir en los pastos, como la víbora de Orsini.
Algunos arbustos se han adaptado a las prácticas de la horticultura itinerante de roza y quema. Pero sobre todo, al cruzar distintas especies entre ellas, el hombre ha creado desde hace mucho tiempo nuevas estirpes con características ventajosas. El ejemplo clásico es el del mulo, cruce forzado entre una yegua y un asno. Entre los animales, los híbridos son frecuentemente estériles, pero en el reino vegetal, la selección de híbridos siempre ha formado parte del trabajo del agricultor y conocemos muchos casos de híbridos fértiles que constituyen nuevas especies (fresas, colza, cítricos…).
Desde hace una veintena de años, se obtienen nuevas estirpes vegetales –los organismos genéticamente modificados, OGM– introduciendo en el genoma de una especie uno o varios genes procedentes de otra, a veces muy lejana de la especie receptora. Para algunos, los OGM forman parte de la actividad normal de creación de híbridos como se viene realizando hasta ahora. Para otros, representan una ruptura en las prácticas, pues se insertan genes extraños, con frecuencia al azar, en el genoma de la planta. Además, estos nuevos vegetales se difunden rápidamente, lo que no permite, según sus opositores, una evaluación completa de los riesgos para el medio ambiente, la salud y la biodiversidad.
¿Qué ha sido de los ríos?
Entre 1960 y 2000 se cuadruplicó la cantidad de agua almacenada en las presas. Como resultado, habría entre tres y seis veces más de agua en estos pantanos artificiales que en los ríos del mundo –sin contar con los lagos–. Más del 70 por ciento de las extracciones van a parar a la agricultura. La construcción de estas presas ha modificado el flujo del 60 por ciento de los ríos más grandes del mundo. En consecuencia, un tercio de los peces de agua dulce están en peligro de extinción.
III. Animales, plantas, ecosistemas: la erosión actual del mundo silvestre
A cada expedición, su lote de especies
El gran catálogo de los seres vivos aumenta cada año en unas 18 mil nuevas especies gracias a las distintas expediciones de naturalistas y también a descubrimientos en genética o a modificaciones en la clasificación de los seres vivos. Cerca del 75 por ciento de las especies descritas en 2007 eran invertebrados. Estos dos últimos decenios los científicos han descubierto un promedio de veinticinco especies de mamíferos y cinco especies de aves por año.
Un balance desequilibrado
El número de especies que habitan en el planeta resulta de dos mecanismos antagónicos: la especiación, es decir, la emergencia de nuevas especies como consecuencia de un aislamiento geográfico o de nuevos tipos de hábitats, y la extinción. La duración media de la vida de una especie se estima entre 0.5 y 10 millones de años (2.5 millones de años para los mamíferos). Sin embargo, existen también acontecimientos externos capaces de precipitar estas extinciones: cambio climático, cataclismos naturales, destrucción de hábitats, enfermedades, depredación, competencia entre especies.
En cinco ocasiones, la tasa de extinción ha sobrepasado la de especiación en la Tierra, con la consiguiente regresión de la biodiversidad. No obstante, al final de cada una de estas grandes “crisis”, se ha observado una recuperación del mecanismo de especiación, dando como resultado un aumento de la biodiversidad a largo plazo. Una biodiversidad renovada cada vez, pues se considera que el 99 por ciento de las especies que han existido en la Tierra ha desaparecido en nuestros días. Desde hace un siglo, el proceso de extinción volvería a tomar la delantera al de especiación.
El inaprensible inventario de especies
La necesidad de nombrar e inventariar los seres vivos que nos rodean se remonta a más de 3 mil años, aunque debemos la primera clasificación científica de los animales a Aristóteles, 350 años antes de nuestra era.
Actualmente, para inventariar las especies vivientes, nos basamos en un sistema de clasificación elaborado hace 250 años por el naturalista sueco Carl Linneo. Desde entonces, se han descrito aproximadamente 1.9 millones de especies. Entre ellas, los insectos forman el grupo más nutrido (más del 55 por ciento de las especies descritas), seguidos por las plantas superiores y los moluscos. Los mamíferos son los menos numerosos: apenas representan el 0.3 por ciento de las especies conocidas al día de hoy. De todas formas, estamos lejos de conocerlas todas.
Por ejemplo, las algas, los hongos y, sobre todo, los organismos microscópicos todavía son grupos bastante desconocidos. Según las estimaciones de los científicos, conoceremos como mucho una quinta parte de las especies vivientes. O sea, 5 a 15 veces más de lo que se conoce actualmente. La estimación del número de especies que viven en la Tierra oscila entre 5 y 100 millones, con unos márgenes sin duda más realistas de entre 10 y 30 millones. Por tanto, queda mucho trabajo para los naturalistas, y aun más si consideramos que no se limitan a describir la morfología de cada especie, sino que intentan comprender su papel en el seno de los ecosistemas y descubrir los secretos de su genoma.
Especies silvestres que han desaparecido
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha contabilizado 869 desapariciones de especies silvestres en los últimos 500 años. Entre ellas, una rana de Tanzania (Nectophrynoides asperginis) declarada extinta el año pasado. La construcción de una presa en 2003 fue nefasta para ellas. Otro ejemplo es el delfín de río chino (Lipotes vexillifer), buscado en vano durante una expedición internacional en 2006. Se trata del tercer mamífero marino desaparecido en cincuenta años, tras la foca monje del Caribe (Monachus tropicalis) y el león marino japonés (Zalophus japonicus).
La lista roja
Si calcular el número total de especies en la Tierra es una tarea compleja, estimar el riesgo de extinción es aun más difícil. Según la UICN, el 38 por ciento de las especies vivientes está actualmente en peligro de extinción. Sin embargo, esta estimación se basa en el estudio de 448 mil especies, apenas un 2.3 por ciento de todas las descritas. Para las aves, los mamíferos y las plantas, el porcentaje de especies en peligro de extinción es respectivamente del 12 por ciento, 21 por ciento y 70 por ciento.
¿Hacia una sexta extinción?
Las extinciones de especies siempre han formado parte de la vida en la Tierra, pero, ¿hay una aceleración del fenómeno en nuestros días? Para saberlo, no solamente habría que conocer la tasa de extinción actual, algo complicado dado los conocimientos que tenemos sobre la biodiversidad. Los únicos archivos disponibles para reconstruir la historia de los seres vivos se encuentran en los fósiles.
Al respecto, ciertos cálculos muestran que menos del 1 por ciento de los organismos planctónicos estarían fosilizados en los sedimentos del fondo oceánico. Si bien no reflejan toda la biodiversidad pasada, los estudios paleoecológicos convergen hacia una tasa media de extinción natural de aproximadamente un 0.002 por ciento cada siglo. O sea, una extinción de 2 especies sobre un total de 100 mil. Ahora bien, las observaciones directas de extinciones durante el siglo pasado, particularmente la de plantas y vertebrados bien inventariados, revelan una tasa de extinción mucho más elevada: del 0.1 por ciento al 1 por ciento.
Otras estimaciones, basadas en la relación empírica entre el tamaño de un hábitat y el número de especies que es capaz de abrigar, proporcionan cifras aun más alarmantes, del orden del 10 por ciento al 30 por ciento de extinciones en el siglo anterior. Es decir, de 5 mil a 15 mil veces superior a la tasa estimada para periodos geológicos pasados.
¿Hay que temer por consiguiente una sexta ola de extinciones masivas? Un matiz: mientras que las cinco crisis precedentes duraron de 1 a 2 millones de años, las observaciones actuales sólo se basan en algunos siglos.
Agricultura y aves: ¿un dúo incompatible?
Desde hace veinte años, ornitólogos franceses siguen la evolución de las poblaciones de aves. En sus estudios muestran que las especies características de los medios agrícolas han disminuido en un 25 por ciento entre 1989 y 2009, contra un 14 por ciento de media para todas las especies juntas. Según un estudio europeo, la transformación en el mundo de 46 millones de km2 de bosques en espacios de cultivos, desde hace 10 mil años, habría causado la pérdida de unos 25 mil millones de aves por falta de hábitat y de recursos, o sea, del 20 al 25 por ciento de la población de las aves.
¿El campo en vías de extinción?
Desde 2008, más de la mitad de los terrícolas vive en la ciudad. Al ritmo de urbanización actual, seis personas de cada 10 vivirán en el medio urbano en 2030. Además, las ciudades se extienden cada vez más. La causa es el elevado costo de la propiedad en el centro de la ciudad, la atracción económica-comercial de los centros urbanos, el desarrollo del hábitat individual, la búsqueda de un entorno de vida más confortable…
Los suelos, un ecosistema fragilizado
Bajo nuestros pies se encuentra un ecosistema profundamente desconocido, repleto de microorganismos, de hongos, de artrópodos insectos, colémbolos, ácaros… y de gusanos. Estos tienen un papel primordial en la agricultura. Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) del 40 por ciento al 50 por ciento de los suelos del mundo están degradados a causa de las actividades humanas, el uso de productos fitosanitarios, la labranza de suelos vulnerables en zonas tropicales, el sistema de roza y quema y el pastoreo excesivo.
Una deforestación masiva
Según la FAO, cada año desaparecen en el mundo 13 millones de hectáreas de bosques, o sea, aproximadamente 30 campos de futbol por minuto. En Brasil, no menos del 17 por ciento del bosque –o sea, un territorio tan grande como Francia– se ha convertido en pastos o en tierras agrícolas. Además de las especies, también hay ecosistemas completos afectados por las actividades humanas.
¿Los simios van a desaparecer?
Un reciente informe que revisa 634 especies de primates del mundo mostró que cerca de la mitad de ellas estaban en peligro de extinción. Una cifra que se eleva al 71 por ciento para los primates asiáticos. Las razones principales de este declive son la destrucción de su hábitat, especialmente por la deforestación masiva, los conflictos armados, la caza y el comercio ilícito de animales. Las primeras víctimas esperadas son los grandes simios: chimpancés, bonobos, orangutanes, gorilas.
El círculo vicioso del calentamiento climático
Además de la acción directa del hombre sobre la naturaleza, las actividades humanas han causado un incremento sin precedente de los gases de efecto invernadero en la atmósfera. Como consecuencia, la temperatura media del globo ha aumentado 0.6 ºC desde 1950. Por ahora, las raras extinciones de especies directamente vinculadas al calentamiento se encuentran principalmente en las regiones polares y en las montañas.
Así, alrededor de sesenta especies de ranas de las montañas tropicales de Costa Rica figuran entre las primeras víctimas del calentamiento de la Tierra. ¿Y mañana? Según el informe del IPCC ( Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) publicado en 2007, entre 20 y 30 por ciento de las especies vegetales y animales estudiadas hasta ahora podrán estar en peligro de extinción si el aumento de la temperatura media mundial sobrepasa 1.5-2.5 ºC, algo que prevén la mayoría de los modelos. Sin embargo, realizar un modelo del impacto del calentamiento de la Tierra sobre la naturaleza es particularmente complejo y quedan muchas incertidumbres.
Por ejemplo, una elevación de la concentración de dióxido de carbono (CO2) podría estimular el crecimiento de las plantas que se alimentan de ellas. Sin embargo, un calentamiento de más de 2.5 ºC podría destruir los bosques a causa de las invasiones de plagas, sequías prolongadas o incendios.
Es más, si el calentamiento degrada los bosques, estos últimos consumirán menos CO2, agravando así el efecto invernadero.
IV. Consecuencias de la pérdida de la biodiversidad
Los servicios aportados por los ecosistemas
A cada tipo de ecosistema le corresponde unos servicios particulares. La calidad de los servicios depende del estado de la biodiversidad en estos medios y, por tanto, de las presiones que se ejerzan sobre ellos. Según un estudio estadounidense que ha examinado 17 servicios procedentes de 16 ecosistemas, el conjunto de los servicios aportados por la naturaleza se elevaba, en 1997, a unos 30 millones de dólares por año, o sea, dos veces más que el conjunto de las actividades humanas ese mismo año, sin tener en cuenta lo relativo a los valores estéticos y culturales.
Menos protección natural
En mayo de 2008, un ciclón de fuerza 4 alcanzó las costas de Birmania. El balance fue de 140 mil muertos. 2.5 millones de personas quedaron sin hogar. Según la FAO, los manglares hubieran podido reducir el impacto de esa catástrofe. Las olas hubieran podido ser amortiguadas por estos muros de árboles, que ayudan también a cortar el viento. En vez de conservar estas protecciones naturales, los manglares se transforman en tierras agrícolas o en zonas residenciales.
En el delta del Ayeyanwady, gravemente afectado por este ciclón, la superficie del manglar se ha reducido a la mitad desde 1975.
Degradaciones costosas
La naturaleza ofrece al hombre un amplio abanico de servicios denominados “servicios ecológicos”. Se distinguen generalmente tres tipos: de aprovisionamiento (alimentos, agua, materiales), de regulación (control del clima, de inundaciones, almacenamiento de CO2) y culturales (turismo, educación). Con mucha frecuencia descubrimos la magnitud de estos servicios cuando se degradan o desaparecen.
Un extenso estudio realizado por mil 360 expertos de 90 países ha evaluado la evolución de estos servicios. La conclusión fue que aproximadamente un 60 por ciento de ellos se han degradado en el curso de los últimos cincuenta años a causa de las actividades humanas.
Este deterioro debería acentuarse durante los próximos decenios a causa del crecimiento demográfico y del cambio climático. Ahora bien, estos servicios que nos aporta la naturaleza de forma gratuita y, que muy a menudo son invisibles, tienen un costo cuando hay que reemplazarlos.
Según un estudio encargado por la Comisión Europea, la destrucción de la naturaleza conlleva una pérdida de servicios estimada en 545 mil millones de euros al año, es decir, cerca del 1 por ciento del PIB (producto interno bruto) mundial.
Un costo que podría alcanzar 14 billones de euros en 2050 (7 por ciento del PIB estimado para esa fecha) si no se hace nada para detener la erosión de la biodiversidad.
Peligro para los recursos de la pesca
La pesca constituye la principal, incluso la única fuente de proteínas animales para más de mil millones de personas. El problema es que el mar ya sufre una disminución acelerada de sus reservas y algunas de las especies están desapareciendo.
Actualmente, la pesca representa ingresos mundiales por cerca de 73 mil millones de euros al año y 27 millones de empleos.
La desaparición del saber tradicional
Todas las poblaciones han desarrollado un uso propio de los seres vivos que le rodean, dando como resultado una gran diversidad en el saber tradicional local, como la artesanía, la medicina, la agricultura, la caza, etc. Así, el Ayurveda es un sistema de medicina india con más de 5 mil años de antigüedad. Se basa en unas 2,000 especies diferentes de plantas medicinales. Con la erosión de la biodiversidad, también este tipo de saber ancestral desaparece, frecuentemente, incluso antes de que las propiedades medicinales de estas plantas hayan revelado todos sus secretos. En México, ese saber ancestral es muy importante y distingue a sus comunidades indígenas, que saben hacer un uso muy completo de plantas medicinales que crecen en el medio rural.
La biodiversidad, fuente de innovaciones industriales
La naturaleza es una fuente inagotable de inspiración para los industriales. Gracias a ella se han diseñado nuevos materiales, como el velcro, inspirado en los ganchos de las semillas del badián (anís estrellado). También nuevos sistemas, como un minúsculo marcapasos inspirado en las nano-fibrillas del corazón de las yubartas.
Asimismo, es fuente de inspiración para la agricultura, como los nuevos principios de aislamiento de edificios observados en los termiteros, o un sistema de recuperación de agua que imita la estructura particular de las alas de un escarabajo del desierto de Namibia. Más allá de este “bio-mimetismo”, los mismos elementos de la biodiversidad pueden ser utilizados directamente por los industriales.
Así, la “biorremediación” consiste en utilizar microorganismos o plantas para descontaminar el agua, el aire o el suelo. Por ejemplo, se ha descubierto una planta acuática capaz de absorber uranio, que podría ser útil para descontaminar lugares contaminados por la radioactividad. O el caso de bacterias capaces de ingerir petróleo, que podrían limpiar las mareas negras.
Estas nuevas técnicas representarían actualmente más de 100 millones de euros de volumen de negocios y podrían suponer unos 10 mil millones de euros de aquí a unos años.
Estas nuevas técnicas representarían actualmente más de 100 millones de euros de volumen de negocios y podrían suponer unos 10 mil millones de euros de aquí a unos años.
Pérdida de medicamentos a la vista
Más de la mitad de los medicamentos vendidos con receta médica poseen componentes químicos derivados de moléculas descubiertas en la naturaleza y el 25 por ciento de todos los medicamentos prescritos utilizan moléculas activas extraídas de organismos vivos.
Una farmacia verde de la que dependería el 80 por ciento de la población según la Organización Mundial de la Salud, y que representaría unos 44 mil millones de euros al año. Sobran los ejemplos de medicamentos directa o indirectamente procedentes de la biodiversidad vegetal, animal o de microorganismos: morfina, dedalera, penicilina, aspirina. Incluso la azidotimidina, utilizada en el tratamiento contra el sida.
El problema es que, de un total de 50 mil, 15 mil especies de plantas medicinales estarían en peligro de extinción y, de todas ellas, se han estudiado menos del 15 por ciento.
Podemos poner otro ejemplo de la pérdida de una especie, esta vez en Australia. En 1980, los investigadores descubrieron unas ranas que incubaban los huevos en su propio estómago. Una rareza posible gracias a sustancias inhibidoras de las secreciones gástricas.
Quizás estas sustancias podrían haber llevado a un tratamiento contra la úlcera, si no fuera porque esas ranas ya desaparecieron. Según un informe reciente, nuevas generaciones de antibióticos, de analgésicos o de nuevos tratamientos anticancerígenos podrían no ver la luz si la erosión de la biodiversidad continúa su curso actual.
Se buscan polinizadores
Más del 80 por ciento de los cultivos de frutas y verduras depende directamente de los insectos polinizadores. Y al mismo tiempo, las abejas domésticas son víctimas de una misteriosa enfermedad denominada “problema de colapso de colonias”. Un equipo de científicos franco-alemanes estimó recientemente que si desaparecieran, la economía mundial dejaría de ganar alrededor de 150 mil millones de euros anuales.
En diferentes regiones del mundo, a falta de abejas, ya se necesita polinizar a mano ciertos árboles frutales.
Menos zonas húmedas
Los ecosistemas de las zonas húmedas son de los más ricos del mundo, aunque también están entre los más amenazados. Estos espacios de transición entre la tierra y el agua aseguran el 25 por ciento de la alimentación mundial a través de la pesca, la caza y la agricultura. Asimismo, contribuyen a la alimentación en agua potable y sirven de murallas contra las tormentas y los tsunamis. Durante el siglo pasado desapareció la mitad de las zonas húmedas del mundo a causa del drenaje para regar otras zonas, la urbanización o el calentamiento de la Tierra.
Efectos inesperados en las enfermedades infecciosas
Cuanto más rico en especies es un ecosistema, menos riesgo hay que una enfermedad se desarrolle en él. Esta regla es válida para muchos tipos de infección y muchos medios. Por ejemplo, un campo con una buena variedad de especies diferentes se infectará menos con hongos patógenos que un campo en monocultivo.
Una ventaja que podría explicarse por la presencia de esta diversidad de especies naturalmente resistentes a estos hongos, reduciendo así el riesgo de contagio. Otro ejemplo: al eliminar de manera selectiva las presas debilitadas por los parásitos o las enfermedades contagiosas, los predadores atenúan considerablemente la incidencia de ciertas enfermedades en los animales, y el hombre se beneficia de ello.
En Estados Unidos, la desaparición de los grandes mamíferos, como el puma o el lince, ha dado lugar a que sus presas proliferen, como el ratón de patas blancas, principal reservorio de las garrapatas transmisoras de la enfermedad de Lyme. Además, los medios degradados pueden ser más propicios al desarrollo de ciertas enfermedades. Por ejemplo, varios estudios han demostrado que la deforestación, al incrementar las superficies inundables favorables a las larvas de mosquitos, está a menudo asociada a un aumento de la incidencia del paludismo.
Efectos desiguales según el país
Los países con ingresos bajos dependen más que los otros de los ecosistemas en los que viven, bien sea para el aprovisionamiento (alimentos, energía) o para la salud de sus habitantes (medicina tradicional).
Los países ricos obtienen lo esencial de sus ingresos del capital manufacturero, humano y social utilizando masivamente energías fósiles que son el producto de ecosistemas del pasado. Un informe del Banco Mundial revela que el “capital natural”, es decir, los ingresos asociados a los servicios aportados por la naturaleza (agricultura, explotación forestal, caza, pesca, turismo…), representan por término medio un 26 por ciento del capital total de los países con bajos ingresos, contra el 3 por ciento de los países ricos.
En consecuencia, la degradación de los ecosistemas perturba más a los países pobres. Según los primeros resultados de la evaluación económica de los ecosistemas y de la biodiversidad (TEEB) actualmente en curso, si no se hace nada para determinar la presente erosión de la biodiversidad, las pérdidas de los servicios aportados por la naturaleza se elevarán a aproximadamente el 17 por ciento del PIB de los países africanos y el 24 por ciento del PIB de Brasil, los países de América Latina, el Caribe y Rusia, contra el 6 por ciento de media para el conjunto del planeta. La degradación de la naturaleza podría agravar aun más las diferencias entre ricos y pobres en el mundo.
Pérdida de ingresos relacionados con el turismo
Los arrecifes de corales, particularmente apreciados por los submarinistas, son los más ricos en biodiversidad. Sin embargo, se encuentran entre los ecosistemas más amenazados por las actividades humanas. Los arrecifes de las islas caribeñas han perdido el 80 por ciento de su superficie en treinta años. En consecuencia, el Instituto de Recursos Mundiales prevé una disminución del 5 por ciento de los ingresos relacionados con el submarinismo en esta región del mundo: unos 221 millones de euros anuales antes del 2015.
El costo de las especies invasoras
Un pequeño plancton translúcido (Mnemiopsis leidyl) que vive normalmente en el océano Atlántico, fue transportado hace 30 años accidentalmente al Mar Negro en los lastres de un barco. Comenzó rápidamente a proliferar y a devorar las larvas de peces, especialmente de anchoas.
Como resultado, la pesca de anchoas cayó en un 10 por ciento en pocos años. Una pérdida de ingresos estimada entre 12 y 17 millones de euros anuales.
Según el Convenio sobre la Diversidad Biológica, los gastos anuales asociados a las especies invasoras se evalúan en 1.05 billones de euros.
El concepto de “seguro biológico”
¿Qué determina el rendimiento de los ecosistemas y, por tanto, los servicios que aportan? ¿La presencia de ciertas especies clave o el número de especies que abrigan estos medios? Este debate agita a la comunidad científica desde hace varios años y todavía no hay consenso. Tras haber llevado a cabo cerca de 150 experimentos en diferentes ecosistemas, tanto en laboratorio como en el medio natural, los investigadores estadounidenses descubrieron que un medio diversificado produce, en promedio, 1.7 veces más de materia orgánica que uno formado por una sola especie.
Sin embargo, la misma disminución de biodiversidad puede tener consecuencias muy diferentes de un lugar a otro en función de las características del lugar. Además, otros estudios han demostrado igualmente que, más allá de un cierto número de especies, la productividad no aumentaba más: ciertas especies con funciones similares parecen de hecho superfluas.
El tipo de especie, su abundancia y su organización funcional contarían tanto o incluso más que el número de especies. Es cierto que los ecosistemas ricos en especies resisten mejor a las perturbaciones gracias a la complementariedad de las diferentes especies entre sí. Es lo que se denomina el seguro biológico.
La homogeneización de la naturaleza
Los idiomas, las culturas, las tecnologías e incluso la economía, se homogenizan por todo el mundo. La biodiversidad también. Este fenómeno no es único: desde que el hombre se desplaza y conquista nuevos territorios, transporta consigo sus animales domésticos (gallina, vaca, cerdo…), así como una multitud de pasajeros clandestinos como las ratas o los topos en los desplazamientos en barco. Como consecuencia, encontramos estas especies por todo el planeta. La introducción de especies exóticas, voluntaria o no, es el primer factor de la homogeneización de la naturaleza.
Por ejemplo, actualmente hay 15 veces más de especies de peces de río comunes entre dos estados de Estados Unidos, que antes de la llegada de los europeos en el siglo XVI, como consecuencia de la introducción de peces (carpas, truchas…) para la pesca con fines de alimentación o deportivos.
Sin embargo, estas especies exóticas no son las únicas responsables de la homogeneización de la naturaleza. La búsqueda de ganaderías o de cultivos cada vez más rentables en el mercado mundial llevó a dar prioridad a algunas especies animales o vegetales.
Además, la transformación masiva del entorno natural (urbanización, agricultura intensiva) hace que se favorezcan las especies denominadas “generalistas” capaces de adaptarse a diferentes medios, como la paloma torcaz, a expensas de especies más especializadas, como la alondra común.
Récord de longevidad para el celacanto
El pez celacanto pertenece a un grupo que anda por los mares desde hace más de 400 millones de años y que se creía extinto. Es muy particular: esconde un resto de pulmón y sus aletas están compuestas de huesos que podrían ser precursores de los elementos de vertebrados. Su estudio, como el de todos aquellos a los que se les apoda “fósiles vivientes”, nos permite saber algo más sobre la evolución de la vida en la Tierra. Así, cuando una especie se extingue, una parte de la historia de la evolución desparece para siempre.
V. ¿Cuál es el futuro de la protección de la biodiversidad?
Lugares a conservar urgentemente
Ya existe un mapa denominado de los “puntos calientes”, en donde se señala los 34 lugares considerados como los más ricos, pero también los más vulnerables en términos de biodiversidad: han perdido al menos el 70 por ciento de su superficie desde hace 8 mil años y abrigan más de mil 500 especies de plantas.
Estos “puntos calientes” cubren el 2.3 por ciento de la superficie de la Tierra y concentran aproximadamente el 50 por ciento de las especies endémicas. El reverso de la medalla es que fuera de estas zonas cada vez es más difícil obtener fondos para la conservación.
¿Qué especies debemos salvar?
En vista de los escasos medios destinados a la conservación, está claro que no es posible salvar todas las especies. ¿Habría que salvar las especies en vías de extinción cuyo impacto sobre los ecosistemas es menos importante dada su escasez? ¿O bien aquellas cuyo papel ecológico es primordial? ¿Hay que salvar las especies más rentables para el bienestar de los humanos? Es difícil establecer prioridades.
Por ejemplo, actualmente es imposible afirmar con certeza qué especies son superfluas y cuáles son “clave” en el funcionamiento de los ecosistemas. No obstante, los especialistas están de acuerdo en un punto: dar preferencia a la protección de los ecosistemas en su totalidad más que una u otra especie, que, de todas formas no podría sobrevivir si su entorno está degradado.
Sin embargo, la mayoría de las políticas de conservación todavía se centran en las especies emblemáticas, como el oso polar, el panda o el lince. Estos animales disfrutan efectivamente de una gran popularidad entre la gente y, en consecuencia, entre los políticos. La ventaja es que esto permite movilizar una serie de medios importantes que pueden ser positivos para el conjunto del ecosistema. Otro punto de consenso entre los científicos es que el objetivo final de la conservación no es mantener los ecosistemas tal como son actualmente, sino hacer que se conserve su capacidad de adaptación a los cambios.
¿Ampliar las zonas protegidas?
En treinta años, el número de zonas protegidas en el mundo aumentó en 500 por ciento. Desde el santuario impenetrable a los parques regionales, estas zonas cubren alrededor del 14 por ciento de la superficie terrestre, el 6 por ciento de las aguas territoriales y el 0.5 por ciento de las aguas internacionales.
Pero, ¿son realmente eficaces para conservar la biodiversidad? No existe ningún dato cuantitativo a nivel mundial para saber si estas zonas permiten alcanzar los objetivos de conservación.
Sin embargo, según el Instituto Mundial de Recursos, más de la mitad de estas reservas estarían mal administradas. No obstante, existen muchos ejemplos positivos: así, podemos constatar un incremento del 23 por ciento de medio en el número de especies de peces en las áreas marinas protegidas.
En la zona protegida del lago Mburu, en Uganda, el número de individuos de cebras, búfalos o antílopes se ha multiplicado por dos en siete años. El principal defecto de estas zonas es su tamaño: más de la mitad tienen menos de 10 km2. Además, estos territorios se centran en ciertos hábitats o alrededor de ciertas especies “estrella”, dejando de lado los ecosistemas como las praderas templadas, los bosques boreales, los medios de agua dulce o de alta mar.
Más del 20 por ciento de las especies en peligro de extinción se encuentran fuera de estas zonas protegidas.
El lugar del ecoturismo
Los grandes simios pueden suponer una importante fuente de ingresos para los países que los protegen gracias al desarrollo del ecoturismo.
En Ruanda, los gorilas de las montañas que viven en el Parque Nacional de los Volcanes han permitido el desarrollo del turismo estos últimos años. Actualmente, es la primera fuente de divisas para el país: más de 100 millones de euros anuales, según el Ministerio de Turismo Ruandés. No obstante, el turismo asociado a los grandes simios requiere tomar importantes precauciones a fin de no perturbar el modo de vida de los animales y protegerlos de las enfermedades de los humanos.
El reconocimiento del perjuicio medioambiental
El 12 de diciembre de 1999, el petrolero Erika se partió en pleno mar, provocando una marea negra gigantesca. En enero de 2008, una sentencia judicial reconoció la importancia del perjuicio medioambiental y condenó por ello a Total, el fletador del petróleo, a pagar un millón de euros al departamento de Morbihan, Francia, y 300 mil euros a la Liga para la Protección de las Aves (LPO).
El 30 de marzo de 2010, el fallo del tribunal de apelación de París confirmó esta noción de daño ecológico y lo amplió a otras diecisiete comunidades y otras dos asociaciones.
¿A quien pertenece la naturaleza?
Existen en nuestros días normas de gestión comunes para algunos de los componentes de la naturaleza, como los recursos genéticos de las especies domésticas, las especies protegidas o las zonas naturales catalogadas. Pero todo el resto, es decir, la inmensa mayoría de la biodiversidad, no cuenta con un estatus jurídico que permita eventualmente su protección.
Cada país es soberano sobre la diversidad biológica presente en su territorio. Frente a la aceleración de la erosión de la biodiversidad, se plantea la cuestión del estatus de ciertos ecosistemas vitales para el hombre. Éste es el caso de la selva amazónica, cuyo papel es esencial para el clima del planeta al captar una parte del dióxido de carbono; o de los glaciares de montaña, que garantizan el aprovisionamiento de agua en muchos países.
¿Debemos otorgarles un estatus particular que los proteja por el bien de todos? ¿O dejar a cada Estado decidir su futuro? En este contexto, algunos expertos proponen crear un nuevo estatus internacional denominado “bien común”, “república” o “patrimonio universal”, que se aplicaría a recursos vitales presentes en territorios nacionales. Otros expertos estiman que se trata de una nueva forma de intromisión de los países del Norte en los países del Sur, que perderían así su soberanía sobre gran cantidad de recursos.
¿Poner precio a la naturaleza?
Mientras los servicios de la naturaleza parecían inagotables, no se les podía otorgar ningún valor económico. Sin embargo, actualmente, con la aceleración de la erosión de la biodiversidad, la mayoría de los servicios ya están degradados y remplazarlos o repararlos tiene un costo para la sociedad.
Por tanto, la clave en nuestros días es obtener ese precio. El objetivo sería hacer que los comportamientos y los proyectos que degradan la naturaleza sean costosos, a la par que valorizar las iniciativas respetuosas con el medioambiente. Pero surgen muchas dificultades, empezando por la identificación de todos los servicios aportados por la naturaleza y la asignación de un valor monetario.
Algunos servicios, como la estabilización del suelo por medio de un bosque, son por el momento imposibles de calcular. Incluso si los científicos lograran hacerlo, ¿poner un precio a todos los elementos de la naturaleza impediría su degradación? No es nada seguro que así fuera. Con mucha frecuencia, el costo de los servicios ecológicos parece despreciable a corto plazo frente al alcance de los proyectos que pudieran degradarlos.
En este caso, la obligación de compensar los perjuicios causados al medio ambiente puede transformarse en una legitimación paradoxal del derecho a destruir. Esto no impide que el conseguir cifrar los servicios que nos aporte la naturaleza tenga un efecto pedagógico innegable, tanto para los responsables de la toma de decisiones como para el conjunto de la sociedad.
La elección del “no-petróleo”
En Ecuador se ha detectado una enorme reserva de petróleo en la selva amazónica. El presidente de este país ha hecho la siguiente proposición: si durante diez años la comunidad internacional le transfiere la mitad de lo que proporcionaría esta explotación petrolera (unos 256 millones de euros al año), Ecuador deja su oro negro bajo tierra. Este mecanismo (pagar para evitar degradar la naturaleza) se está estudiando actualmente en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
¿Prohibir el atún rojo? ¡No es tan fácil!
Tras la disminución del 75 por ciento de las poblaciones de atún rojo (Thunnus thynnus) en el Mediterráneo desde 1957, varios países europeos, entre ellos Francia, han propuesto prohibir el comercio de este pez. Sin embargo, en marzo de 2010, tras intensas presiones políticas de Japón, el Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre (CITES) rechazó finalmente la proposición.
“Reservas de la biosfera”
Las primeras medidas de protección del medio ambiente han implicado la exclusión de las actividades humanas y, a veces, la expulsión de poblaciones humanas. Sin embargo, actualmente, dada la extensión de la población, es cada vez más difícil planificar la conservación de la biodiversidad únicamente en los territorios no ocupados por el hombre. Para muchos ecólogos, las políticas de conservación deben ampliar sus objetivos a los territorios habitados y acondicionar estos espacios para que acojan el mayor número de especies posible.
Este movimiento, llamado ecología de la reconciliación, tiene como fin no solamente proteger la biodiversidad, sino también mejorar el desarrollo de las poblaciones. ¿Cómo? Basándose en la noción de servicios ecológicos. Efectivamente, el hombre saca mucho provecho de los ecosistemas sanos (agricultura, piscicultura, explotación forestal, ganadería, caza, ecoturismo…).
Así, al conservar la diversidad en los ecosistemas, el hombre preserva igualmente su futuro. Por tanto, hay que explotar los ecosistemas, pero por debajo de sus límites. Éste es el enfoque puesto en práctica a través de las reservas de la biosfera de la UNESCO iniciadas en 1971. Su número crece sin cesar: en 2009, existían 553 reservas de este tipo en 107 países. Aunque no haya un seguimiento mundial a largo plazo que permita todavía evaluar el efecto general de este concepto, existen numerosos ejemplos positivos.
Estas reservas permiten, por ejemplo, desarrollar certificaciones y sellos de calidad que valorizan los productos procedentes de la biodiversidad de estas regiones.
Nuevas prácticas agrícolas
Las tierras agrícolas cubren actualmente el 40 por ciento de la superficie emergida del globo. Ciertas actividades agrícolas contribuyen a reducir la biodiversidad, a degradar los suelos y a contaminar el agua. Sin embargo, los servicios aportados por la biodiversidad son indispensables para la agricultura: polinización, fertilidad de los suelos gracias a los microorganismos, control de plagas, etcétera.
La agricultura puede convertirse también en un valor añadido para la biodiversidad, con sus nuevas variedades de plantas y razas animales o con la creación de espacios verdes diversificados generadores de biodiversidad. Muchos expertos sugieren, por tanto, abandonar el modelo dominante de la agricultura intensiva a cambio de prácticas más respetuosas con el medio ambiente.
Algunos sistemas de producción limitan ya los efectos nefastos sobre la biodiversidad, como las explotaciones que practican la agricultura biológica y en las que se encuentran por término medio un 30 por ciento más de especies que en las explotaciones convencionales. Sin llegar a este tipo de producción, asociado en general a una disminución del rendimiento, otras medidas agrícolas pueden limitar la erosión de la biodiversidad. Incluso invertir la tendencia, particularmente a través de la conservación de los setos y bosquecillos en las tierras cultivadas, la disminución del número de animales por hectárea o incluso la reducción de la labranza.
La reintroducción de especies silvestres
Según la Unión Mundial de la Naturaleza, se están llevando a cabo en el mundo unas 700 operaciones de reintroducción de especies silvestres en su medio natural. En Francia, la reintroducción del oso (Ursus arctos) en los Pirineos, no cuenta con una aceptación unánime. Igual ocurre en México con el lobo.
Para los oponentes, su presencia es incompatible con la ganadería. La mayoría de los programas de reintroducción conciernen a especies “abanderadas”, frecuentemente vertebrados. Por término medio, sólo una operación de cada dos desemboca en una reintroducción durable.
Árboles contra la desertificación
África es el continente más afectado por la desertización de los suelos. Para luchar contra este fenómeno, los estados del Sahel lanzaron un ambicioso proyecto: la gran muralla verde. Se trata de plantar millones de árboles en un cinturón de 7 mil km de largo y 15 km de ancho desde la costa atlántica hasta el Mar Rojo. Los objetivos son frenar el avance del desierto y mejorar las condiciones de vida locales.
¡Ginko eterno!
El ginkgo biloba es el último representante vivo de un grupo muy antiguo del que se han encontrado hojas fósiles que datan de hace… ¡270 millones de años! Por tanto, ha sobrevivido a todos los cambios climáticos radicales.
Es también el primer árbol que ha vuelto a crecer en la zona contaminada por la explosión nuclear de Hiroshima, en Japón. Actualmente, lo encontramos en numerosas ciudades muy contaminadas. Prueba de que algunas especies pueden superar muchas perturbaciones. Incluso las causadas por el hombre.
¿Hacia un IPCC de la biodiversidad?
“Reducir de forma significativa la erosión de la biodiversidad de aquí a 2010”. Ese fue el compromiso en 2002 de los 193 países signatarios del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB).
“Ningún país ha conseguido alcanzar este objetivo”, constataba en enero de 2010 Ahmed Djoghlaf, secretario ejecutivo de la CDB, con motivo del lanzamiento del primer Año Internacional de la Biodiversidad. Y con razón: por muchas acciones que se hayan emprendido para limitar el efecto del hombre en la naturaleza (extensión de la red de zonas protegidas, evaluación internacional del estado de los ecosistemas, política de conservación del litoral…), la inercia de los ecosistemas impide alcanzar resultados significativos tan de prisa.
Por ejemplo, han hecho falta más de treinta años de esfuerzos, especialmente en el tratamiento de las aguas negras de París, antes de obtener una calidad de agua en el río Sena que permitiese la vuelta de los salmones silvestres.
No obstante, después de los balances presentados por los países signatarios, las principales presiones que originan la pérdida de biodiversidad siguen siendo constantes, incluso cobran intensidad. A fin de proteger la biodiversidad, se está elaborando un plan estratégico 2011-2020 en la ONU.
Además, un grupo intergubernamental de expertos dedicado al medio ambiente, a imagen del IPCC para el clima, podría ver la luz antes de que finalice el presente año.
Unir las zonas naturales
Para sobrevivir, la mayoría de las especies necesitan desplazarse. De ahí la idea de crear los corredores verdes a través de los paisajes urbanos, a través de setos, céspedes, bandas de vegetación a lo largo de los cursos de agua, pasos subterráneos para animales bajo las carreteras, y eliminar en los ríos los obstáculos para el desplazamiento de los peces.
Estos “tramos verdes y azules” se han convertido en Francia en herramientas clave surgidas en la cumbre medioambiental Grenelle, celebrada en 2007. La construcción de autopistas o líneas de alta velocidad tienen que respetar estas zonas de continuidad ecológica.
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