Crónica de un fracaso anunciado
Jatropha Curcas en Chiapas
Pilar López Sierra
La jatropha curcas es un arbusto que se ha promovido en varios países como una importante fuente de aceite utilizable para producir combustible, pero no destinado a la alimentación humana; se dice que se puede cultivar en tierras marginales con poco uso de agua e insumos, ya que prácticamente no genera plagas. La jatropha entonces se promueve erróneamente como alternativa ante los cuestionamientos de la utilización de granos y oleaginosas para la producción de agrocombustibles en tierras destinadas al cultivo de alimentos o de uso forestal, así como al impacto ecológico negativo que puede generar una plantación intensiva.
El Programa Institucional de la Comisión de Energéticos de Chiapas 2007-2012 estableció originalmente que en este estado los cultivos destinados a la producción de combustibles se extenderían en tierras subutilizadas, que no compitieran con superficie destinada a básicos como el maíz y el frijol. Sin embargo, pronto el gobernador, Juan Sabines, apostó por desincentivar el cultivo de básicos para autoconsumo y promover una reconversión, o “reforestación” que comprende la introducción de perennes, entre ellos la jatropha curcas y la palma de aceite. En el discurso de Sabines, los cultivos de autoconsumo serían desplazados no sólo por ser de bajos rendimientos, sino porque las prácticas tradicionales como la roza y quema son consideradas responsables de la deforestación que presenta el estado
La jatropha entró en el campo chiapaneco a partir de 2007, con un programa de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) que consistió en financiar la siembra de este arbusto con siete mil 400 pesos por hectárea en 2009. A los recursos de Conafor se sumaron la dotación de la semilla y/o la planta y un apoyo de mil pesos para pagar la asesoría técnica por parte del gobierno del estado.
Del proyecto Conafor en Chiapas podemos decir que, si bien los recursos otorgados parecen atractivos –sobre todo si consideramos que para buena parte de los productores del estado el Procampo resulta ser su único programa de subsidios para la producción–, en realidad son limitados, pues sólo se garantizan para el establecimiento de la plantación.
Según los cálculos del gobierno, hacia 2010 la jatropha generaría para el productor aproximadamente 16 mil pesos por hectárea al año, de los cuales tendría que destinar alrededor de cinco mil a su mantenimiento. Además, en principio supone la “reconversión” de hectáreas maiceras.
Hacia agosto de 2009 habían ingresado al programa tres mil productores de 23 municipios; el 95 por ciento eran ejidatarios con dos o tres hectáreas sembradas de jatropha y sólo se registraba un productor privado con 300 hectáreas establecidas. Los primeros años de la experiencia resultaron un verdadero fracaso: la decisión oficial de utilizar semilla importada de la India, cuando en la entidad se produce el piñoncillo silvestre en diferentes variedades, provocó que buena parte de la siembra original se perdiera por un ataque de diversas plagas (hormiga arriera, chapulín, babosa, ratas y chinches). Investigaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) han concluido que las variedades sembradas en México habían perdido variabilidad genética, al ser utilizadas en modelos agroindustriales adaptados en otras latitudes, y finalmente habían enfrentado con poco éxito a las plagas mexicanas. De ahí que ahora se estén investigando las variedades nacionales adaptadas a diferentes regiones del país. Además, se comenzó a sembrar planta producida en invernaderos y se está buscando lograr una producción más “sustentable”, sembrando la jatropha intercalada con maíz u otros cultivos de la región.
La fallida experiencia chiapaneca demostró que las críticas a los agrocombustibles están más que sustentadas. Si bien la jatropha no es alimento, las tierras utilizadas hasta ahora estaban originalmente destinadas a la producción de alimentos, muchas de ellas quizá a los básicos. Potencialmente está también su expansión a tierras forestales, así sea con las “limitaciones” legales establecidas para las plantaciones comerciales. A esto habría que sumar que la jatropha no se ha promovido necesariamente en regiones secas y marginales, como proclamaban sus virtudes, sino en tierras de mediana y buena fertilidad del trópico húmedo chiapaneco, lo que puede afectar negativamente la diversidad biológica, así como importantes recursos hidráulicos y áreas naturales protegidas. Asimismo, las plagas, y con ellas las cantidades intensivas de plaguicidas, han estado a la orden del día con el piñón.
Frente a las experiencias de países africanos, el único mérito que tiene el experimento chiapaneco es que no ha supuesto el despojo de tierras campesinas. La propia legislación los hace “socios”, por lo menos con 30 por ciento de las ganancias. Destaca la terquedad campesina de aferrarse a las tierras a pesar de los embates del neoliberalismo, que hasta ahora garantiza la permanencia de los piñoneros en sus tierras, aunque no sabemos si a futuro se salven de modelos de agricultura por contrato.
Las cuentas alegres de los gobiernos federal y estatal no han salido en el caso de los agrocombustibles. De un proyecto original que en Chiapas pretendía incorporar hacia el 2012 un total de 60 mil hectáreas de jatropha, en la prensa nacional se habla ahora de la existencia de diez mil hectáreas sembradas, y las cifras de la Secretaría de Agricultura registran 2009 como el primer año de producción de jatropha, con 416 hectáreas sembradas… todas en Yucatán. Cabe ahora preguntarse ¿de dónde se está abasteciendo la materia prima para la planta de Tapachula con que ampulosamente se anunció la inauguración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 16)?
Investigadora del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano
Publicado en La Jornada del Campo
Pilar López Sierra
El Programa Institucional de la Comisión de Energéticos de Chiapas 2007-2012 estableció originalmente que en este estado los cultivos destinados a la producción de combustibles se extenderían en tierras subutilizadas, que no compitieran con superficie destinada a básicos como el maíz y el frijol. Sin embargo, pronto el gobernador, Juan Sabines, apostó por desincentivar el cultivo de básicos para autoconsumo y promover una reconversión, o “reforestación” que comprende la introducción de perennes, entre ellos la jatropha curcas y la palma de aceite. En el discurso de Sabines, los cultivos de autoconsumo serían desplazados no sólo por ser de bajos rendimientos, sino porque las prácticas tradicionales como la roza y quema son consideradas responsables de la deforestación que presenta el estado
La jatropha entró en el campo chiapaneco a partir de 2007, con un programa de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) que consistió en financiar la siembra de este arbusto con siete mil 400 pesos por hectárea en 2009. A los recursos de Conafor se sumaron la dotación de la semilla y/o la planta y un apoyo de mil pesos para pagar la asesoría técnica por parte del gobierno del estado.
Del proyecto Conafor en Chiapas podemos decir que, si bien los recursos otorgados parecen atractivos –sobre todo si consideramos que para buena parte de los productores del estado el Procampo resulta ser su único programa de subsidios para la producción–, en realidad son limitados, pues sólo se garantizan para el establecimiento de la plantación.
Según los cálculos del gobierno, hacia 2010 la jatropha generaría para el productor aproximadamente 16 mil pesos por hectárea al año, de los cuales tendría que destinar alrededor de cinco mil a su mantenimiento. Además, en principio supone la “reconversión” de hectáreas maiceras.
Hacia agosto de 2009 habían ingresado al programa tres mil productores de 23 municipios; el 95 por ciento eran ejidatarios con dos o tres hectáreas sembradas de jatropha y sólo se registraba un productor privado con 300 hectáreas establecidas. Los primeros años de la experiencia resultaron un verdadero fracaso: la decisión oficial de utilizar semilla importada de la India, cuando en la entidad se produce el piñoncillo silvestre en diferentes variedades, provocó que buena parte de la siembra original se perdiera por un ataque de diversas plagas (hormiga arriera, chapulín, babosa, ratas y chinches). Investigaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) han concluido que las variedades sembradas en México habían perdido variabilidad genética, al ser utilizadas en modelos agroindustriales adaptados en otras latitudes, y finalmente habían enfrentado con poco éxito a las plagas mexicanas. De ahí que ahora se estén investigando las variedades nacionales adaptadas a diferentes regiones del país. Además, se comenzó a sembrar planta producida en invernaderos y se está buscando lograr una producción más “sustentable”, sembrando la jatropha intercalada con maíz u otros cultivos de la región.
La fallida experiencia chiapaneca demostró que las críticas a los agrocombustibles están más que sustentadas. Si bien la jatropha no es alimento, las tierras utilizadas hasta ahora estaban originalmente destinadas a la producción de alimentos, muchas de ellas quizá a los básicos. Potencialmente está también su expansión a tierras forestales, así sea con las “limitaciones” legales establecidas para las plantaciones comerciales. A esto habría que sumar que la jatropha no se ha promovido necesariamente en regiones secas y marginales, como proclamaban sus virtudes, sino en tierras de mediana y buena fertilidad del trópico húmedo chiapaneco, lo que puede afectar negativamente la diversidad biológica, así como importantes recursos hidráulicos y áreas naturales protegidas. Asimismo, las plagas, y con ellas las cantidades intensivas de plaguicidas, han estado a la orden del día con el piñón.
Frente a las experiencias de países africanos, el único mérito que tiene el experimento chiapaneco es que no ha supuesto el despojo de tierras campesinas. La propia legislación los hace “socios”, por lo menos con 30 por ciento de las ganancias. Destaca la terquedad campesina de aferrarse a las tierras a pesar de los embates del neoliberalismo, que hasta ahora garantiza la permanencia de los piñoneros en sus tierras, aunque no sabemos si a futuro se salven de modelos de agricultura por contrato.
Las cuentas alegres de los gobiernos federal y estatal no han salido en el caso de los agrocombustibles. De un proyecto original que en Chiapas pretendía incorporar hacia el 2012 un total de 60 mil hectáreas de jatropha, en la prensa nacional se habla ahora de la existencia de diez mil hectáreas sembradas, y las cifras de la Secretaría de Agricultura registran 2009 como el primer año de producción de jatropha, con 416 hectáreas sembradas… todas en Yucatán. Cabe ahora preguntarse ¿de dónde se está abasteciendo la materia prima para la planta de Tapachula con que ampulosamente se anunció la inauguración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 16)?
Investigadora del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano
Publicado en La Jornada del Campo
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